Un padre filma el esfuerzo y el sufrimiento diario de su hijo para hacer los deberes. Completar los ejercicios que le ponen en la escuela es un calvario que oprime la pasión creativa de un niño inquieto e imaginativo. El padre se implica a fondo para entender el problema y dedica una hora cada día a ayudarle a hacer los deberes. Pasan los días, las semanas y los años y observamos como las ganas de aprender chocan con el fantasma del fracaso escolar. Esta, que podría ser la realidad de muchas familias, es la sinopsis del documental La hora de los deberes, que sirve para mantener un eterno debate con muchos defensores y detractores: ¿Es mejor cantidad o calidad? ¿Por qué necesariamente se deben hacer en casa los deberes? ¿Es la mejor forma que tiene la familia de participar en la educación de sus hijos e hijas?

¿Calidad vs. cantidad?

​¿Por qué tantos centros continúan centrándose más en la cantidad que en la calidad de los deberes? Según Selman Khan (2019), el motivo es, en parte, simplemente “que la cantidad, por definición, resulta más fácil de medir; la calidad es un concepto más sutil”.

Pero, ¿cómo surgió la necesidad de los deberes? A principios del siglo XX, se consideraba que la principal finalidad de los deberes era “entrenar la mente” para los trabajos de tipo administrativo y repetitivo que demandaba la creciente urbanización de las poblaciones. Es por ello que se daba más importancia al trabajo de memorización, de reconocimiento de patrones, de normas gramaticales…

Según Khan (op. cit.), durante los años 20 se produjo una reacción en contra de este pensamiento y la memorización pasó de moda y dio paso a la resolución creativa de problemas y la expresión personal. En cambio, llegada la década de los 30, los deberes fueron eliminados en algunas zonas como consecuencia de la Guerra Civil Española (1936-1939), quizás porque en aquella época se pensaba que era mejor que las niñas y los niños disfrutaran de su infancia dada la época convulsa en la que se vivía.

Sputnik

Curiosamente, en la década de los 50, en Estados Unidos se suscitó una crisis de autoestima nacional en relación con los métodos de enseñanza por culpa del lanzamiento del Sputnik por parte de la URSS. Estados Unidos pensó que sus alumnos no debían ser suficiente avanzados en ciencias y matemáticas, y que por eso los rusos habían conseguido adelantarse en la carrera espacial. Por aquella época, los niños soviéticos, a partir de los 9 años, tenían el doble de deberes en matemáticas y ciencias que los de EE.UU, de modo que a finales de la década de los 50 y principios de los 60 las niñas y niños estadounidenses volvían a casa con unos enormes libros de texto de biología y física, y consumiendo una gran cantidad de problemas de álgebra y geometría, y especialmente de trigonometría, que resultaba muy útil para calcular trayectorias balísticas. Como si hubieran sido los niños soviéticos quienes enviaron la nave Sputnik al espacio.

Así es cómo podemos ir viendo como los deberes en las escuelas han ido cambiando en función de la coyuntura sociohistórica y económica del país en el que se vive. Visto así, si volvemos a la pregunta clave —¿qué cantidad de deberes es la adecuada?—, la respuesta a dar podría ser “todo depende”.

O mejor, hagámonos otra pregunta: ¿Por qué los deberes están pensados para ser hechos en casa? Hay quien cree que es para inculcar a los estudiantes responsabilidad, fiabilidad y gestión del tiempo. También hay docentes que pueden pensar que así se anima a los alumnos a aprender de forma independiente o bien que sirven para involucrar a las familias en el proceso de aprendizaje de sus hijos e hijas.

Sea cual sea la razón de mandar deberes a casa, es evidente que la implicación de la familia en el proceso de aprendizaje de sus hijos e hijas es muy beneficiosa para ambas partes. ¿Pero realmente es la mejor manera que tiene la familia de participar en la educación de sus hijos? Una investigación a gran escala realizada por la Universidad de Michigan concluyó que el mejor momento para que las familias participen con sus hijos e hijas es durante las comidas familiares. Cuando las familias se sientan a hablar en la mesa es cuando se demuestra verdadero interés mutuo y se cruzan ideas y formas de pensar. Las niñas y los niños absorben valores, motivación y autoestima, y esto es ya más importante para el desarrollo madurativo del alumnado que únicamente ponerse a hacer los deberes con ellos.

Replantearse el sentido de los deberes

Replantearse la utilidad de los deberes, así como el objetivo pedagógico que se quiere conseguir con ellos, es necesario a fin de poder valorar la utilidad y no hacer que constituyan un “segundo turno” de la escuela. No se trata de si son necesarios o no, sino de valorar qué aporta hacerlos fuera del horario escolar, cómo ayuda al alumnado (y a las familias) a conciliar la vida fuera de los centros educativos y, sobre todo, qué consigue aprender el alumnado con deberes (o sin).

¿Puede que sea necesario hacer deberes porque no se aprende suficientemente dentro del horario escolar? Según un artículo académico titulado Teacher Assessment of Homework, del investigador Stephen Aloia, llama la atención el hecho de que “la mayoría de los docentes no ha recibido ningún curso sobre los deberes durante su formación”.

Según indica el pedagogo Enric Prats en una entrevista realizada en el suplemento Criaturas, “si son deberes que sirven para reforzar o complementar contenidos, entonces, adelante”. No tiene la misma finalidad pedagógica realizar, de forma reiterada, los mismos ejercicios que se han hecho en el aula que fuera de ella que proponer a los alumnos ampliar conocimientos sobre las temáticas trabajadas leyendo libros, viendo algún pequeño documental o visitando alguna exposición sobre el tema tratado. La aproximación que se hará en cada caso a los contenidos trabajados será completamente diferente y la percepción del alumnado tampoco será la misma.

En ninguno de los casos los deberes deberían servir como un espacio para suplir la carencia de tiempo del aula para cumplir con la programación. En el caso de que los deberes tengan este fin, será una muestra de que el tiempo que se destina en el aula no es el correcto, según opina Enric Prats.

No debemos olvidar que, tal como se estipula en el artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño, “los estados miembros reconocen el derecho del niño al descanso y a la distracción, a entregarse al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y las artes”.

Por otra parte, Joan Maria Girona, en una entrevista en El Diari d’Educació (cit. Rodríguez, 2014), lo dice bien claro: “He llegado a la conclusión de que los deberes solo sirven para tranquilizar a maestros y familias. Al alumno le fastidian básicamente porque le quitan tiempo de ocio, de relacionarse con los amigos, de hacer la suya”.

Los deberes y las desigualdades sociales

Dado que hemos hablado de la familia, otra cuestión a tener en cuenta en este debate es con qué apoyo cuenta el alumnado para hacer estos deberes una vez fuera del centro educativo. Muchos profesionales de la educación coinciden en que los deberes perpetúan las desigualdades sociales del alumnado, ya que es un agravio comparativo en función del contexto familiar.

Tal como indica María Vinuesa, maestra y miembro de la Asociación de Maestros Rosa Sensat, en una entrevista realizada en el suplemento Criaturas, “hay criaturas que cuentan con familias que se implican mucho y otras que no pueden por tiempo o porque no tienen el bagaje cultural, y es aquí cuando aparece la brecha o la fractura entre los que hacen los deberes cuidadosamente y los que no los hacen”.

Por este motivo, en el caso de optar por hacer uso de los deberes, hay que tener muy en cuenta las realidades en las que viven nuestros alumnos a fin de no perpetuar estas desigualdades. Como afirma el psicólogo y educador Jaume Funes en un artículo de El Periódico: “[hay que establecer] mecanismos para compensar a los alumnos que viven en una familia en crisis, temporal o permanente, porque ellos tienen muchas más dificultades para ocuparse de las tareas escolares”.

En resumen...

La decisión de poner deberes o no, por las opiniones que hemos podido leer, dependerá en gran medida de los objetivos pedagógicos de cada centro educativo en relación con su visión educativa y el contexto social, económico y cultural que le rodea.

“Los deberes —de un modo u otro—, o su supresión, deberían conllevar una decisión colegiada, adoptada por el claustro tras escuchar a alumnos y familias. Este criterio debería estar escrito en el proyecto educativo del centro para que todos fuesen conscientes, también aquellos que valoran la posibilidad de preinscribir y matricular al hijo o hija y que, por lo tanto, se preguntan cómo influirá en su vida esta y otras cuestiones en los próximos años.”
Jordi Badiella
Jordi Badiella
Licenciado en Filología Catalana y Diploma de Estudios Avanzados por la UB

¿Qué experiencia tenéis con este debate? Cuando erais estudiantes, ¿qué opinabais de los deberes? Y ahora, como docentes, ¿qué opináis?